jueves, julio 28, 2011

Sigue resultando desolador pensar que cuando por primera vez en siglos nos ha sido posible disfrutar de un sistema de libertades basado en la igualdad jurídica y en la ciudadanía es cuando más nos hemos volcado en la vindicación de lo primitivo, en la exaltación de un estado de naturaleza en el que se es lo que se es de nacimiento y para siempre, por pertenencia étnica y lingüística, por una especie de pureza ancestral siempre agraviada y sin embargo intacta, originada en un tiempo anterior a la historia. Sigue siendo desolador pensar que lo que los regionalistas y los nacionalistas se disponen a recuperar, muchas veces con la colaboración de una izquierda cegada por la versión franquista del pasado, es una rancia particularidad que los ilustrados del XVIII, los liberales progresistas del XIX, los socialistas de Pablo Iglesias y los republicanos de Azaña quisieron enterrar en el sepulcro del Cid: la pureza de sangre, lengua y territorio, la posibilidad de trazar fronteras entre españoles, de diferenciarnos según procedencia regional, de obligarnos a lealtades místicas, de inaugurar un régimen de servilismo, esta vez a supuestas identidades telúricas, cuando se han acabado otras servidumbres parecidas.


"Los mitos de la historia de España" de Fernando García de Cortázar, Planeta, año 2003